Salario mínimo vs. inflación en República Dominicana
Cada cierto tiempo, el Gobierno anuncia un aumento al salario mínimo y con ello se renuevan las esperanzas. Vuelven a escucharse las voces sedientas de justicia salarial, de recuperación del poder adquisitivo y de alivio para el bolsillo de los trabajadores. Pero apenas pasan unas semanas y muchos dominicanos comienzan a preguntarse si de verdad hubo alguna diferencia. La inflación no parece alta, el salario subió… pero el dinero se sigue yendo igual de rápido. ¿Qué está pasando?
En abril de 2025 entró en vigor un aumento del 12 % al salario mínimo del sector privado no sectorizado, como parte de un ajuste de 20 % que se completará en febrero de 2026. En cifras, esto significa que el salario mínimo en grandes empresas pasó de RD$24,990 a RD$27,988.80, y en medianas empresas, de RD$22,908 a RD$25,656.96. Según el Comité Nacional de Salarios, con este ajuste se ha acumulado un aumento de 69.5 % desde 2018, el más alto en términos reales en más de una década.
A simple vista, parecería una victoria para el bolsillo. Más aún si se considera que la inflación, de momento, está bajo control. El Banco Central reportó en mayo una tasa interanual de 3.84 %, con una variación mensual de apenas 0.08 %. En abril fue de 3.71 % y en marzo, 3.60 %. República Dominicana se ha mantenido con una de las tasas más bajas de inflación en América Latina entre los países no dolarizados. Organismos como la CEPAL han resaltado esa estabilidad en un contexto regional marcado por presiones inflacionarias.
Sin embargo, los números macroeconómicos no siempre reflejan la vida cotidiana. Y en los colmados, el transporte o el mercado, la realidad parece distinta.
Según el Banco Central, la canasta básica nacional tiene un valor promedio de RD$ 46,768.09 (mayo 2025). En el quintil más pobre, es de RD$ 28,009.34. Esto implica que el salario mínimo más alto cubre apenas cerca del 60 % de la canasta promedio, y solo alcanza a igualar la del hogar de menores ingresos. Es decir, ni siquiera con este aumento se logra cubrir las necesidades básicas de una familia promedio.
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Además, aunque es un tema que merece un artículo aparte, la estructura tributaria del país, basada principalmente en impuestos indirectos como el ITBIS, tiene un efecto regresivo que afecta con mayor fuerza a los hogares de menores ingresos. Estos impuestos encarecen productos y servicios muy necesarios, en consecuencia, reducen aún más el poder adquisitivo de quienes más dependen de ellos. Por tanto, aunque el salario nominal aumente, la carga tributaria sobre el consumo hace que el bolsillo se sienta más ajustado.
Pero la situación es todavía más compleja cuando se considera que actualmente cerca del 54 % de los trabajadores dominicanos se encuentra en la informalidad, según la Oficina Nacional de Estadísticas y el Banco Central. Esto significa que más de la mitad de la fuerza laboral no tiene un salario regulado, ni prestaciones, ni acceso a los aumentos oficiales. Sus ingresos dependen muchas veces de lo que se genera en el día a día, sin garantías ni actualizaciones automáticas.
Así que sí: en el papel, hay una ganancia real. Un aumento del 12 % frente a una inflación de 3.84 % representa una mejora del poder de compra de aproximadamente 8 %. No es poca cosa. Pero esa ganancia puede esfumarse rápido si los bienes esenciales siguen encareciéndose por encima del promedio, si no se revisan los salarios periódicamente o si la mayoría de los trabajadores quedan fuera del sistema formal.
A diferencia de países como Uruguay o Costa Rica, donde existen mecanismos automáticos de ajuste salarial (al salario mínimo) vinculados a la inflación, en República Dominicana cada aumento se negocia de forma puntual, muchas veces como respuesta política más que como resultado de una política pública estructural. Entre una revisión y otra, el poder adquisitivo puede ir disminuyendo silenciosamente.
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Subir salarios es un paso necesario, pero no suficiente. Para que el ingreso rinda, se requiere un enfoque más integral. Es fundamental mejorar la transparencia en los precios de bienes esenciales, fortalecer los mecanismos de competencia, garantizar fiscalización efectiva, incentivar la formalización del empleo, establecer una metodología clara de revisión salarial periódica y fomentar la productividad laboral a través de educación técnica y políticas de empleo de calidad.
Este año se ha dado un paso positivo. Pero un paso no es una llegada. Todavía hay millones de trabajadores que no logran cubrir sus necesidades básicas, incluso con el salario actualizado. Muchas familias siguen ajustando sus compras, postergando gastos o acumulando pequeñas deudas que se vuelven grandes al final del mes. El crecimiento económico no puede medirse solo por lo que dicen las estadísticas, sino por lo que llega al plato.
Porque al final, la verdadera medida del éxito de un país no está en sus cifras, sino en su gente. En sí, en si una familia puede comer mejor, vivir más tranquila, tener acceso a servicios dignos y sentir que el fruto de su trabajo vale la pena.
Hoy, el salario mínimo subió y la inflación está contenida. Pero para muchas personas, el dinero sigue sin alcanzar. Y mientras eso no cambie, seguirá latente la misma duda, mes tras mes:
¿Me subieron el sueldo… o simplemente me alcanza para lo mismo?
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