Lo que comenzó como una política arancelaria enfocada en diversos países terminó por concentrarse en una sola nación: China. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció esta semana un aumento drástico de los aranceles a las importaciones chinas, llevando el gravamen del 54 % al 125 % en cuestión de días. La decisión no solo sorprendió a los mercados internacionales, sino que desató una nueva fase de tensiones geopolíticas entre las dos principales economías del mundo.
Mientras se anunciaba una pausa de tres meses en los aranceles a otros países, Trump dejó fuera a China, afirmando que Beijing no sabe “cómo llegar a un acuerdo”. China, por su parte, respondió con celeridad, imponiendo aranceles de 84 %sobre los productos estadounidenses y promoviendo un fuerte sentimiento nacionalista interno para sostener la confrontación.
El impacto económico de esta disputa será profundo. Analistas como Nick Marro, de The Economist Intelligence Unit, advierten que estamos ante un proceso de desvinculación comercial entre Estados Unidos y China que tendrá consecuencias globales. La cadena de suministros global se ve amenazada, y los consumidores estadounidenses podrían enfrentar una alza de precios sostenida en productos clave mientras las empresas intentan reubicarse o encontrar nuevos proveedores.
China, lejos de retroceder, parece decidida a resistir. Según Jacob Gunter, analista de MERICS, Beijing se ha estado preparando desde la primera presidencia de Trump para una guerra económica prolongada. Las estrategias incluyen incentivar el consumo interno, diversificar mercados y fortalecer las cadenas de producción fuera del territorio chino. Hoy, países como Vietnam y Camboya se han convertido en centros alternativos de manufactura para productos que antes llegaban directamente desde China a Estados Unidos.
Según estimaciones de JP Morgan, los aranceles podrían costar hasta US$ 860.000 millones a los consumidores estadounidenses si no se logra sustituir rápidamente la oferta china. Mientras tanto, China podría enfrentar millones de despidos y una oleada de quiebras empresariales. Sin embargo, la estructura autoritaria de su gobierno le permite operar sin la presión de elecciones o encuestas, lo que le otorga una ventaja estratégica en una guerra prolongada.
Xi Jinping, presidente de China, parece dispuesto a aceptar el reto. En discursos y editoriales del Diario del Pueblo, se ha reiterado que la economía china está lista para hacer frente a las sanciones de Estados Unidos. El liderazgo chino ha reforzado sectores clave como la inteligencia artificial, los semiconductores y las tierras raras, anticipando bloqueos comerciales.
En contraste, Estados Unidos enfrenta una reacción mixta. Mientras sectores industriales celebran una supuesta protección del empleo local, grandes compañías y consumidores comienzan a resentir el impacto de precios más altos y retrasos en la cadena de suministro. Aunque Canadá también impuso represalias, fue incluida en la exención arancelaria, lo que abre interrogantes sobre los criterios selectivos del gobierno estadounidense.
Para Victor Shih, académico de la Universidad de California, esta confrontación puede dejar a Estados Unidos sin exportaciones significativas a China, pero también puede fortalecer al gigante asiático en su camino hacia la independencia tecnológica y comercial.
El escenario actual es una guerra de desgaste donde ambos países buscan medir su capacidad de resistencia. Beijing parece más preparado, tanto política como económicamente, para sostener el pulso. Por ahora, el mundo observa con cautela cómo una disputa arancelaria podría reconfigurar el orden económico global.
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