Washington – La tensión entre la administración de Donald Trump y la Universidad de Harvard ha escalado drásticamente tras la decisión del presidente de congelar $2.2 mil millones en fondos federales destinados a la prestigiosa institución. La medida responde a la negativa de Harvard de aceptar una serie de exigencias del gobierno federal, entre ellas eliminar programas de diversidad, modificar políticas de contratación y adoptar restricciones ideológicas internas.
Esta decisión fue anunciada apenas un día después de que Alan Garber, presidente interino de Harvard, declarara públicamente que la universidad “no renunciará a su independencia ni a sus derechos constitucionales”, haciendo frente a la presión del Ejecutivo.
Recorte de financiamiento sin precedentes
De acuerdo con fuentes oficiales, la congelación abarca $2.2 mil millones en subvenciones plurianuales y $60 millones en contratos vigentes, aunque no afectará a hospitales afiliados a Harvard, que continuarán recibiendo apoyo federal. A pesar de esto, el impacto se sentirá profundamente en los departamentos de investigación, especialmente en la Escuela de Salud Pública T.H. Chan, cuya dependencia del gobierno federal supera el 46% de su presupuesto total.
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Investigadores destacados, como la doctora Sarah Fortune, especializada en tuberculosis, ya han recibido órdenes de detener sus proyectos. La decana Andrea Baccarelli expresó que esta decisión pone en riesgo investigaciones vitales en áreas como cáncer, VIH, Alzheimer y salud ambiental, las cuales han sido posibles gracias a décadas de colaboración público-privada.
Disputa constitucional y defensa de la autonomía universitaria
El conflicto ha trascendido el ámbito financiero y ha tomado un rumbo legal y constitucional. Harvard argumenta que las condiciones impuestas por el gobierno violan la Primera Enmienda y sobrepasan las disposiciones legales del Título VI. Entre los requerimientos se encuentran auditorías ideológicas, restricciones a la libertad de expresión, y reestructuración de su gobernanza institucional.
Varios expertos legales y académicos han respaldado la postura de Harvard. La universidad ha iniciado acciones legales y los profesores han calificado las amenazas de la administración como una “pistola en la cabeza” que busca condicionar la educación superior a las agendas políticas del gobierno.
“Este tipo de presión no solo pone en riesgo nuestra libertad académica, sino que sienta un peligroso precedente para todas las universidades privadas del país”, advirtió Garber.
Un desafío político y académico sin precedentes
El conflicto entre Trump y Harvard representa una de las mayores confrontaciones entre el gobierno federal y una institución académica desde los años sesenta. En este contexto, Harvard insiste en que ninguna administración debería decidir qué enseñar, a quién contratar o qué investigar, y que preservar esa autonomía es esencial para la democracia.
A medida que se intensifica la batalla legal, la comunidad académica nacional e internacional observa con atención lo que podría convertirse en un caso histórico sobre la libertad de educación en Estados Unidos.
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