En un entorno de divisiones internacionales profundas y urgencias climáticas, el G20 inició su cumbre este lunes en Río de Janeiro. Los líderes de las principales economías del mundo enfrentan un complejo panorama: conflictos armados en Ucrania y Gaza, la polarización política global, y la reconfiguración del escenario internacional ante el posible retorno de Donald Trump a la Casa Blanca.
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La agenda principal está marcada por un ambicioso objetivo: movilizar un billón de dólares anuales para apoyar a países en desarrollo en la lucha contra el cambio climático. Este esfuerzo busca financiar proyectos como centrales solares, sistemas de irrigación y la protección de ciudades contra inundaciones. Sin embargo, la Unión Europea, el mayor contribuyente climático global, se muestra reacia a aumentar sus aportes en un contexto de austeridad.
Iniciativas destacadas y encuentros bilaterales
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció un compromiso “histórico” para reponer el fondo de la Asociación Internacional de Fomento del Banco Mundial. Este esfuerzo está destinado a beneficiar a los países más pobres del mundo. Además, Biden busca fortalecer alianzas energéticas con Brasil a través de una nueva asociación bilateral de energía limpia, un gesto significativo para su relación con el presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
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En otro frente, el primer ministro británico, Keir Starmer, y el presidente chino, Xi Jinping, se reunieron por primera vez desde 2018. Ambos países, socios comerciales clave, mantienen relaciones tensas debido a acusaciones de espionaje y violaciones de derechos humanos. Pese a las diferencias, Starmer subrayó la importancia de una relación sólida entre el Reino Unido y China, destacando la relevancia de ambos como miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.
Críticas al manejo climático y denuncias de seguridad
Desde Azerbaiyán, donde se desarrolla la COP29, Simon Stiell, jefe de la ONU para el clima, criticó la falta de avances en las negociaciones climáticas y pidió a los delegados “dejar de hacer teatro” y enfocarse en acuerdos concretos. La cumbre del G20 es vista como un espacio clave para reimpulsar las discusiones climáticas, aunque enfrenta retos significativos.
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Mientras tanto, en Brasil, la Agencia Brasileña de Inteligencia (ABIN) está bajo escrutinio. Intelis, el sindicato de profesionales de inteligencia, denunció un “desmantelamiento” de la agencia y una preocupante falta de seguridad para la cumbre. Esto se agrava tras el atentado reciente frente al Tribunal Supremo en Brasilia, que dejó un saldo fatal y evidenció brechas en la capacidad de respuesta de seguridad nacional.
Tensiones geopolíticas y posturas divergentes
El presidente argentino, Javier Milei, marcó un tono crítico respecto al comunicado final de la cumbre. Milei advirtió que no firmará el documento si contradice su visión ideológica sobre desarrollo sostenible, cambio climático o conflictos como los de Ucrania y Medio Oriente. Esta postura amenaza con fracturar el consenso dentro del foro multilateral.
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Por otro lado, la posición del presidente Lula da Silva frente a Rusia e Israel ha generado roces con el G7. Mientras busca mantener relaciones abiertas con Moscú, Lula ha sido abiertamente crítico con Israel, dificultando la posibilidad de un comunicado conjunto que refleje una postura unificada de los países miembros.
Impacto global y conclusiones provisionales
El G20 se encuentra en una encrucijada: por un lado, debe demostrar su relevancia en la gestión de problemas globales como el cambio climático y los conflictos internacionales; por otro, las divisiones internas y tensiones bilaterales amenazan con diluir el impacto de sus decisiones.
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Con un 85% del PIB mundial y el 80% de las emisiones globales representados en esta cumbre, el foro tiene el poder, pero también la responsabilidad, de actuar. Sin embargo, las divisiones sobre temas críticos, desde financiamiento climático hasta política exterior, reflejan la dificultad de encontrar un consenso global en tiempos de polarización.
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